viernes, febrero 09, 2007

Hay que ser paisanos

En estos días cercanos al carnaval, en el que pretendo rescatar mi sacrosanto disfraz de pirata (pirata un día pirata mil), he vuelto a dejarme perillota de matasiete con patillas a juego; hacía tres años aproximadamente que mi barbilla podía ver la luz del sol a diario sin tener que abrirse paso entre la maleza desgreñada de alambres con sello de ADN que conforman mi vello facial y, pese a las naturales incomodidades del hecho (pica como guindilla en una almorrana la jodía), me observo en el espejo y me siento invadido de una cálida oleada de reconocimiento, de un sentimiento de añoranza que aflora desde lo más recóndito de mi memoria.

Desde niño siempre fui un poco macarra, más de espíritu que de actuación, pero macarra al fin y al cabo. Mis primeros compases transgresores se desataron cuando en la temprana adolescencia pugné por dejarme unas greñas gitaniles muy a lo gamberro juvenil ochentero, con el objetivo incierto en aquella época, de dar un aspecto más duro a mi infantil imagen. Con los años aquella obsesión por el pelo largo nunca terminó de germinar, debido en gran parte, a mi poca paciencia, pero me abrió un camino más sencillo de similares efectos en el vello facial. Resulta curioso cómo, en contra de todas las tendencias actuales de la metrosexualidad, me veo mejor con ese aspecto rudo y desaliñado que me confieren las barbas y patillas de bandolero. Y ahí es donde entra la reflexión de esta semana... ¿por qué cojones tenemos que ser como Beckham?

Odio la metrosexualidad y todo lo que la rodea, no me siento identificado con ese estereotipo desde ningún ángulo y, por si fuera poco, siento una especie de desprecio inconsciente por quienes lo siguen. Supongo que el inconsciente, ese cabrón oculto de mi cerebro, otra vez está tomando las riendas para abrirme los ojos ante algo que la sociedad trata de ocultarnos: Nos estamos amariconando.

Y que nadie vea homofobia en esta aseveración, que nada tiene que ver con los homosexuales, de hecho hay unos cuantos por ahí que son mucho más hombres (mal que les pese quizás) que el prototipo del nuevo milenio que nos intentan vender. El hombre moderno debe ser, siguiendo el patrón metrosexual, refinado y carente de señas de masculinidad tan básicas como el vello corporal, el comportamiento descerebrado y soez o la incapacidad para comprender el arte. Me niego a que una vulgar moda pretenda arrancarme mi masculinidad como si fuera algo malo, como si pertenecer a un sexo determinado ya nos marcase como poseedores de algún tipo de tara o prejuicio; la misma corriente ideológica que tiende a asociar la etiqueta de putón desorejao a cualquier mujer de atractivo feroz está tachando hoy día a quien no se viste con cierta etiqueta ni se corta el pelo siguiendo cierto patrón de troglodita machista. Me pregunto por qué oscura razón, desde hace unos años, la sociedad tiene tanto interés en neutralizar la sexualidad del individuo; el modelo de belleza femenino ha pasado de tener curvas y formas sugerentes a parecerse más al mango de una escoba que a una hembra humana y el modelo de belleza másculino afina su aspecto y, sobre todo, su comportamiento aproximándolo a una estampa cada vez más femenina. Desconozco si las mujeres realmente verán algo atractivo en nenazas como el malo Torres pero yo desde luego, cuando veo un pase de modelos tengo la misma sensación que cuando veo imágenes de Etiopía en youtube (porque en el telediario hace tiempo que no las echan, supongo que para que no hagamos comparaciones odiosas).

Este amariconamiento de la sociedad comienza a notarse cada vez en más sectores, lo cual resulta preocupante; por ejemplo, los críos están totalmente faltos de la vitalidad de antaño, no tienen sangre en el cuerpo y se han convertido, salvo por gloriosas excepciones, en una caterva de llorones mimados que sólo saben hacer dos cosas: quejarse a voces de algo que no tienen/no les dan y amenazar a sus profesores. Colectivo éste último por cierto que se parece bien poco a lo que era cuando yo era niño, otrora un profesor tenía que saber hacerse respetar si quería llegar a la edad de jubilación con un cierto grado de cordura, claro que de aquella los sucesivos gobiernos aún no les habían atado las manos a la espalda ni les había dado bates de beisbol a los alumnos (creo que esta propuesta se debate actualmente en el senado). Recuerdo emocionado, cuando veo a una madre regañar con energía a su hijo por las calles, que cuando yo era niño y me llevaba un capón en la escuela nunca lo decía al llegar a casa, porque me ganaba otro de propina; hoy día sin embargo los zagales a los que un profesor "agrede" incautándoles el móvil durante la hora de clase debe hacer frente a padres furibundos que acuden a por ellos con la misma rabia que si hubieran matado a su retoño y orinado sobre el ataud durante las pompas fúnebres. Esta deficiencia grave de disciplina desde niños es, a mi entender, una de las taras que está amariconando nuestra sociedad y que nos está convirtiendo en el hazmerreir de Europa.

Tenemos que recuperar la masculinidad que nos quieren robar mientras aún estamos a tiempo, en palabras de mi abuelo: hay que ser paisanos; ya basta de idealizar a jugadores de fútbol que parecen más adolescentes quinceañeras que deportistas, ya vale de llorar porque no te compran la playStation 3 o porque tu móvil es peor que el de Manolito, se acabó vanagloriar a los majaderos que concursan en los realities; hay que recuperar el estereotipo del bigotón ochentero y reivindicar lo que siempre hemos sido. ¡Joder! si hasta los terroristas metían más miedo años atrás; cuando uno veía las fotos de los más buscados en el telediario, con aquellos mostachos y barbas que harían temblar al mismísimo Iñigo, se decía para dentro:"cagondios, que no me encuentre con uno de estos en una calle oscura"; nada que ver con la sarta de metrosexuales con mosca pseudointelectualoide que se ven tan a menudo en las jaulas de la Audiencia Nacional, muy gallitos ellos sabiéndose amparados por una constitución que rechazan pero que evita que les pase lo que impulsaba a sus predecesores a liar una buena ensalada de tiros cuando les detenían antes que a dejarse coger vivos, claro que, viendo cómo las gastan algunos de los últimos incorporados a las fuerzas de seguridad del estado, a lo mejor en una situación así en vez de liarse a tiros lo que harían unos y otros sería ir derechitos al juzgado a ponerse una mutua denuncia por malos tratos.

A tal extremo de ñoñería y gilipollez estamos llegando, que nos volvemos pasto para quienes, con la experiencia aprendida en lugares donde pintan bastos más a menudo que copas, vienen a comernos la tostada sin untarnos primero un poco de mantequilla para que duela menos; y eso que siempre hemos sido, históricamente, una tierra de gentes que se han sabido sacar las castañas del fuego y a quien pocos podían ganar a picaresca y mala sangre.

Ya lo sabes mi buen amigo, si sientes que esta ñoña sociedad de Grandes Hermanos y subnormales varios, de corazoneos y marujadas, de amongolamiento pasivo, en definitiva, que esta sociedad de poco pan y pésimo circo se ha amariconado demasiado para ti, déjate un buen bigotón y sal con él orgulloso a la calle.