viernes, junio 22, 2007

Piratas y Corsarios

En estos días en los que falta un tris para que los señores de la asociación esa que "defiende los derechos de los autores" nos la meta pero que bien doblada con la connivencia de los políticos de una y otra ideología, viene a mi mente la dualidad que antaño existía entre piratería y acciones de corso y cómo se podría aplicar hoy día a la situación actual.

Como toque erudito aclarador para quien no esté puesto en la materia, diré que la diferencia entre piratas y corsarios durante la época del colonialismo era algo muy pero que muy finito. Cuando un barco se dedicaba a asaltar en alta mar todas las naves con las que se cruzaba, las cañoneaba, las expoliaba y pasaba por la plancha a la tripulación con mayor o menor mala uva, sus tripulantes eran automáticame clasificados como piratas. Cuando todo esto lo hacía un barco que portaba una bandera de determinado país contra los barcos de sus naciones "rivales" (a menudo ni siquiera era necesario que mediara un estado de guerra entre ambas) , entonces se trataba de corsarios, no de piratas.

En definitiva que en ambos casos nos encontrábamos con un barco que se acercaba al tuyo, lo cañoneaba, luego un montón de sucios macarras saltaban a la borda, acuchillaban a quien plantaba cara y a lo mejor también a los que no lo hacían, se pasaba por la tabla a los supervivientes y por la piedra a las supervivientas (como paso previo a la tabla) y se quedaba con todo lo de valor que hubiera a bordo; sólo que en un caso te lo hacían en el nombre de su graciosa majestad la Reina y en el otro en nombre de Long Jhon Silver.

Básicamente es una de esas curiosas paradojas hipócritas que tienen nuestras sociedades "civilizadas", como diría el inefable Al Bundy: "¿Por qué si matas en la guerra te llaman héroe y si lo haces en un ataque de cuernos te llaman asesino?".

Hoy día tenemos dos casos, por un lado los horribles piratas que están acabando con el cine, la música y todo tipo de expresión cultural pretendiendo disfrutar de la esencia de una idea sin pagar por ella; y por otro lado están los bienhechores, los defensores de la cultura, los paladines de las ideas, quienes lejos de buscar una solución a la grave crisis económica de su mercado, prefieren ir arañando duros a base de cobrar impuestos revolucionarios en festivales benéficos y gravando el avance tecnológico de la nación.

Se mire por donde se mire, en ambos casos estamos hablando de ladrones; curiosamente, en este país siempre hemos mirado mejor a los que roban cien millones de euros y se visten de traje que a los que mangan dos gallinas y se sujetan el pantalón con una cuerda, y es que entre ladrones, como para todo, aún hay clases.

La paradoja de esta situación es que, pese a que las industrias afectadas más directamente por la piratería no paran de quejarse de la terrible crisis del sector, año a año obtienen beneficios cada vez mayores y aumentan los precios de sus productos (¿alguien recuerda lo que costaba un CD de música antes del euro?).

Lo triste es, que quien realmente está destruyendo a los autores son quienes pretenden defender sus derechos. Cada día más, las grandes multinacionales de estos sectores comprometidos fomentan la proliferación de un común denominador. La gran mayoría de los productos que llegan al mercado son clones, se premia el consumismo de un mismo estilo de música, cine y literatura porque su éxito de ventas está probado, esto empobrece nuestra cultura mercantilizándola.

Hasta hace 10 años era prácticamente imposible que yo llegase a saber cómo puede sonar la música de un grupo de heavy metal noruego. Sencillamente porque, al no ser una música comercial, no existía una producción que trajese su música hasta mí. Gracias a internet pude conocer gente de lugares lejanos y estar en contacto con ellos, acercarles la cultura de mi región y tomar contacto con la de la suya y, gracias a la magia de la compartición, contribuir a expander el éxito de autores de calidad a tierras donde nunca habrían soñado siquiera con llegar.

Esto es lo que aterra a las grandes multinacionales, la competencia. Hace muchísimos años que se piratean la música y el cine, desde mucho antes de internet, incluso desde antes del CD ya se hacían y vendían copias de discos, libros y películas; por supuesto, no tanto como ahora, pero es que aquellos mercados tampoco eran tan monstruosamente grandes como ahora. El verdadero problema ha surgido cuando la piratería ha venido de la mano de la nueva información, el conocimiento de nuevas formas de cultura alejadas ha hecho que aparezca una nueva demanda a nivel mundial que compite con las formas localizadas de antaño; las compañías con una fuerte definición, que antes dominaban por completo el mercado, se han encontrado con una terrible competencia; cuando este movimiento comenzaba a nadie le preocupaba, ya que eran los elementos extraños a la zona geográfica los que se pirateaban, el "pirata" seguía comprándose su disco de hits del verano y bajándose el raro de folk finlandés porque era imposible comprarlo si no se hacía por catálogo; el aumento de la demanda, sin embargo, vino de la mano de nuevas empresas que optaron por competir acercando dicha demanda al público, optando por ofrecer productos no de masas, sino de minorías y descubriendo que la suma de varias minorías llega a ser, sino igual al tamaño de la masa, al menos sí mucho más rentable; sobre todo porque, llegado el momento de tener la opción de comprar cualquiera de los dos discos, el malvado "pirata" (que, por cierto, sigue comprándose un disco siempre que su economía lo permite) se compra el que más le guste.

Durante años, el sector del entretenimiento, particularmente el de la música (me parece el mejor ejemplo por ser el más sangrante), ha vivido más del marketing que de la calidad de sus productos. La revolución de internet no les está haciendo sufrir porque la gente haya dejado de comprar, sino porque ha dejado de comprar sus productos, los productos de mala calidad de las grandes compañías; y eso ni siquiera ha comenzado a suceder a una escala tan grande que los gigantes de la industria se tambaleen, pero sí lo suficiente como para que hayan decidido contraatacar, y, por supuesto, nada de hacerlo mejorando la cadidad, ese no es el estilo y además resulta caro; el mejor modo de hacerlo es bombardeando con cien cañones por banda, viento en popa a toda vela y, si es tirando a la santa Bárbara, mucho mejor.

No digo que la piratería masificada no sea un problema, está claro que hay mucha gente que ha pasado directamente a no gastarse un duro en música ni cine y se dedica a almacenar gigas y gigas de botín en sus bodegas; sin embargo la mayoría de la gente sigue gastándose la misma cantidad que hace 10 años, o puede que más aún proporcionalmente al crecimiento de la economía, lo que pasa que han pasado a hacerlo con criterio; ya no se compran un disco porque les ha gustado la canción que repiten hasta la saciedad en la radio, sino que lo hacen porque, tras escucharlo una treintena de veces en su casa, saben que es un gran disco y que vale la pena tenerlo original.

En esta nueva guerra que se ha abierto queda clara la necesidad de cambiar el modelo de negocio actual del mercado del entretenimiento. Algunas empresas ya han comenzado su remodelación, y vislumbro que a no tardar mucho esas serán las grandes ganadoras en los años que vienen (crisis económicas mediante, que particularmente en este país nos esperan años jodidos); mientras tanto, otras, amparadas por las asociaciones de gestión de derechos de autor, que no son sino sus "corsarios", se dedican a combatir en una sucia refriega por las migas que quedan de un pastel que se acaba. Lo único que me consuela es que, en un clásico ejemplo de la ceguera empresarial de quien lo quiere todo ya, intentan poner diques a un mar que avanza majestuoso e imparable.

Ya sabes, amigo cantautor, si yo soy un pirata tú eres un corsario.
La vida pirata es la vida mejor cooooon la botella de ron
sin trabajar, sin estudiar, y cooooon la botella de ron.